Es necesario considerar al Romanticismo como un vasto movimiento de la cultura europea que iniciándose en los países nórdicos y progresando hacia el sur y el Mediterráneo, abarcó, durante casi siglo y medio (segunda mitad del siglo XVIII y el XIX) todo el viejo continente.
El Romanticismo francés ocupa en dicho proceso una posición intermedia. En 1800, cuando comienzan a definirse en Francia las ideas y las obras románticas, Inglaterra, con Worsworth y Coleridge, Alemania con el “Sturm und Drang”, Goethe y su “Werther”, el teatro de Schiller, la poesía de Novalis, ya habían dado mucho de su mejor Romanticismo.
En el propio siglo XVIII francés encontramos antecedentes de dicho movimiento; era perceptible ya entonces un rechazo de las reglas literarias de los clásicos, de la admiración exagerada por los antiguos; en Diderot y Rousseau, entre otros, se dan rasgos que serán fundamentales en el espíritu romántico: el individualismo, el sentimiento de la naturaleza, la exaltación de la sensibilidad.
Se distinguen tres etapas en la evolución del Romanticismo francés:
1) La primera, de iniciación, dominada por las figuras de Chateaubriand y Mme. Staël, y por la formación de toda una sensibilidad colectiva, que se llamó “mal del siglo” (1800-1820).
En 1802, Chateaubriand publica “El genio del Cristianismo”, donde está incluida la novela autobiográfica “René”. Se establecen en esta obra
temas y principios que serán luego desarrollados por el Romanticismo. Una de
sus motivaciones esenciales es la búsqueda de una espiritualidad. Se indica la
religión cristiana, la Biblia, como la fuente de inspiración más conveniente
para la nueva literatura; lo maravilloso cristiano se opone a la mitología
greco-latina de los clásicos, y se le prefiere por más poético y más rico en
posibilidades literarias. Se plasma, además, un sentimiento clave del alma
romántica, el llamado “la vaguedad de la pasión”, cuando esta, antes de
desarrollarse plenamente y objetivarse en realidades externas al yo, “no se
ejerce más que sobre sí misma, sin finalidad y sin objeto”.
Esta riqueza de la vida interior, imaginativa,
subjetiva, contrasta con la pobreza del mundo circundante: “se habita con un
corazón pleno, un mundo vacío, y sin haber disfrutado de nada estamos aburridos
de todo”. Nace así un sentimiento definidor de lo romántico: la melancolía, que es nostalgia
del “Bien soberano”, y aspiración a una vida ideal y bella.
El retorno al cristianismo como fuente de
inspiración literaria, lleva implícito un retorno a lo medieval. Se admira el
estilo gótico, por su sentido del infinito y misterio. Y surge, con el tema del
pasado, el de las ruinas, que emana “de la fragilidad de
nuestra naturaleza, de una conformidad secreta entre esos monumentos destruidos
y la rapidez de nuestra existencia”. Pero sin duda es René el personaje en el que
mejor se encarna el espíritu de este primer Romanticismo, y de su
vulgarización, como forma de sensibilidad colectiva, que se llamó “mal del
siglo”. Son sus paseos a través de los bosques, de las soledades de las
montañas, una magnífica ilustración del sentimiento de la naturaleza del
romántico. El paisaje aparece como una correspondencia de los estados del alma y
como factor desencadenante de la ensoñación, momento de exaltación propicio al
estado poético, que logra el reencuentro con un mundo soñado y perdido; al
recaer en la cotidiana realidad se le recuerda con melancolía. Es en el seno de
la naturaleza donde el hombre vuelve a sentirse un peregrino, un viajero que
atraviesa un mundo que no es el suyo, y que sueña con “regiones desconocidas
que el corazón reclama”.
El aporte
de Mme. Staël es principalmente de orden intelectual. Entre sus ideas se
destacan: necesidad de una nueva literatura, que corresponda a las exigencias de
una nueva sociedad y que sea capaz de reflejar sus sentimientos e inquietudes; oposición
del gusto y del genio, el primero como criterio del arte formalista y cerrado
del siglo XVIII, el segundo como valor esencial de la nueva literatura, abierta
a la diversidad del mundo exterior, y a las profundidades misteriosas del yo; oposición
de dos literaturas: la clásica, inspirada en la tradición greco-latina, nacida en
los países meridionales, y la moderna o romántica, inspirada en la tradición
cristiana y originada en los países nórdicos, cuyas fuentes vivas son la
rebeldía y lo maravilloso medieval (es decir, tradiciones nacionales), y que
toma como modelos a Shakespeare o Schiller; la necesidad de un cosmopolitismo
literario, de abrir la literatura francesa a las extranjeras, especialmente la
inglesa y la alemana; la expresión del “alma moderna” y lo que la caracteriza:
“el sentimiento doloroso de lo incompleto de su destino”, la tendencia
(originada en el arrepentimiento cristiano) de replegarse sobre sí misma, la
meditación sobre el enigma de su destino.
En
resumen, este Romanticismo de la iniciación se caracteriza por ser una
literatura nacional, que pretende expresar el individuo de una sociedad nueva,
cristiana en su esencia, caballeresca y medieval por sus fuentes, dominada por
la melancolía.
2) La segunda, de desarrollo, fundamentalmente
intelectual y teórica, donde se libra la “batalla romántica” (1820-1830).
En 1820, Lamartine publica sus “Meditaciones”, donde plasma el espíritu de la nueva
poesía, del sueño y el misterio, de lo vago y lo brumoso de una
melancolía inquieta que se expresa en un tono elegíaco, clásico por su forma,
pero radicalmente original por su musicalidad y armonía irrepetibles. A pesar del enorme éxito y difusión de esta obra (en
siete meses se venden diez mil ejemplares), lo que evidencia la indiscutible predisposición
de la época para la literatura romántica, estos diez años se caracterizan por
una agitación sin tregua, confusión en las ideas, intrincamiento de problemas
políticos y artísticos. Por un lado se alinean los defensores de los clásicos,
los académicos, que temen al espíritu renovador y cosmopolita de sus enemigos;
configuran la “resistencia”. En el otro bando los jóvenes
románticos, el “movimiento”, entusiasta del cambio y la modernidad, enemigos de
las reglas tradicionales. Pero estos últimos están divididos por sus tendencias
políticas en dos grupos: los románticos conservadores, agrupados alrededor de
Víctor Hugo y Vigny, y los románticos liberales encabezados por Stendhal.
Poco a
poco, sin embargo, ante la drasticidad de la resistencia, el movimiento se
unifica y toma coherencia. Dos son los factores más influyentes en esta
unificación del movimiento romántico: la lucha por el drama romántico contra la
tragedia clásica, y la “liberalización” paulatina de Hugo y sus adictos. Es así
que al finalizar la década del treinta, la doctrina romántica se ha
sistematizado en algunos manifiestos, de los cuales el más importante es el
prefacio a “Cromwell” de Hugo. Se ha constituido
el “Cenáculo”,
exteriorización unificada del movimiento romántico, presidido por Hugo,
frecuentado por Vigny, Sainte-Beuve, Lamartine, Balzac, Musset, Delacroix, entre
otros. Y se ha reconocido la victoria de la tendencia renovadora por el
escandaloso triunfo del drama de Hugo: “Hernani”.
3) La
tercera, de realizaciones y aceptación (1830-1843), donde el movimiento parece
desintegrarse como tal, surgiendo de su seno distintas corrientes: un
Romanticismo lírico y místico que originará el Simbolismo; un Romanticismo
orientado hacia la belleza formal y el pintoresquismo, que asumirá la doctrina
de “el Arte por el Arte” (Parnasianismo); un Romanticismo social que culminará
en la novela realista y naturalista.
Este
período está marcado por la paradoja. Mientras se llega al apogeo de la
doctrina romántica y de su aceptación por el público en lo que se ha llamado la
“moda romántica”, el movimiento, como tal, se desintegra en sus vertientes o
individualidades más ricas.
En este
período triunfan los que con posterioridad se han llamado “los pequeños
románticos”, cultivadores del exceso formal, del dandismo y la bohemia; su representante más típico es Alfred de Musset, que publica dos de sus
magníficas “Noches” y las obras teatrales “Rolla” y “Lorenzaccio”.
Pero muy pronto comienzan a delinearse tendencias opuestas dentro del Romanticismo.
Y este mismo generará lo que más tarde se calificará de movimientos anti-románticos. Una de
ellas es el Romanticismo social, originado en la
gran conmoción política de la revolución frustrada de 1830, alentado por
corrientes cristianas de gran difusión, y que se orienta hacia la misión social, educadora
y civilizadora del poeta, y que culminará en la novela realista y naturalista. La
otra tendencia desarrollará una de las características iniciales del
Romanticismo, pero en detrimento de las
otras: el pintoresquismo o “color local”. Despreciando cada vez más la
subjetividad y la expresión de la emoción individual, atiende la realidad
exterior y el cultivo de la forma, y culminará con la teoría del “Arte por el
Arte”. De esta tendencia se originará el Parnasianismo.
Es
necesario destacar que es en este periodo en el que se gestan la novela y el
teatro románticos.
Es en
este momento en que Baudelaire asoma a la literatura del siglo XIX. Asiste al
triunfo de la doctrina, del teatro y de la novela románticos, al mismo tiempo
que ve desintegrarse al movimiento en las tendencias mencionadas.
RASGOS GENERALES DEL ROMANTICISMO - El rasgo común que aúna a los grandes escritores de este período, es la convicción del agotamiento del arte del siglo XVIII, Clasicismo estéril, ahogado por la rigidez de sus reglas. Esa convicción genera la necesidad de una literatura nueva y moderna. El Romanticismo es, de esta manera, un nuevo Renacimiento que reclama la libertad formal para expresar el alma de lo moderno. Este renovamiento intelectual y artístico, dinámico, es esencialmente conflictual. Es cosmopolita por abrirse a las literaturas extranjeras, y al mismo tiempo tradicional, por un retorno a la fuente, a lo nacional, lo occidental, cristiano y medieval. Aspira a ser un arte universal, cantar los sentimientos más generales y compartibles (el amor, la familia, la patria) y al mismo tiempo reclama el derecho a lo individual, al lirismo personal, a lo íntimo, a la expansión del corazón, y afirma la soledad y la idiosincrasia del genio. Constituye una afirmación de la vida, de las fuerzas ocultas de la naturaleza, que se acompaña con una búsqueda de elevadas y puras espiritualidades. El hombre es valorado por su historia personal, por su destino único e irrepetible, pero también es consciente de fatalidades que lo acechan y que no puede dominar, inserto en ese gran proceso que es la historia. Se atiende con alegría a lo variado y a lo particular de la naturaleza, del mundo exterior, de sus aspectos más pintorescos y típicos, al mismo tiempo que se cultiva la vida interior, la fantasía y la imaginación. Se valoriza el arte como tal, se rinde culto a la belleza, pero también se descubre la responsabilidad social del escritor, su misión educadora.
RASGOS GENERALES DEL ROMANTICISMO - El rasgo común que aúna a los grandes escritores de este período, es la convicción del agotamiento del arte del siglo XVIII, Clasicismo estéril, ahogado por la rigidez de sus reglas. Esa convicción genera la necesidad de una literatura nueva y moderna. El Romanticismo es, de esta manera, un nuevo Renacimiento que reclama la libertad formal para expresar el alma de lo moderno. Este renovamiento intelectual y artístico, dinámico, es esencialmente conflictual. Es cosmopolita por abrirse a las literaturas extranjeras, y al mismo tiempo tradicional, por un retorno a la fuente, a lo nacional, lo occidental, cristiano y medieval. Aspira a ser un arte universal, cantar los sentimientos más generales y compartibles (el amor, la familia, la patria) y al mismo tiempo reclama el derecho a lo individual, al lirismo personal, a lo íntimo, a la expansión del corazón, y afirma la soledad y la idiosincrasia del genio. Constituye una afirmación de la vida, de las fuerzas ocultas de la naturaleza, que se acompaña con una búsqueda de elevadas y puras espiritualidades. El hombre es valorado por su historia personal, por su destino único e irrepetible, pero también es consciente de fatalidades que lo acechan y que no puede dominar, inserto en ese gran proceso que es la historia. Se atiende con alegría a lo variado y a lo particular de la naturaleza, del mundo exterior, de sus aspectos más pintorescos y típicos, al mismo tiempo que se cultiva la vida interior, la fantasía y la imaginación. Se valoriza el arte como tal, se rinde culto a la belleza, pero también se descubre la responsabilidad social del escritor, su misión educadora.
Este
movimiento implica una radical afirmación de lo irracional, del caos, del sueño
y lo inconsciente como valores, como un mundo existente en el hombre y en la
vida, rico en posibilidades, aunque misterioso y lleno de peligros. La aventura
romántica es así un riesgo, un intento de revelar la sombra y el caos, en el
que puede perderse todo, pero en el que todo debe apostarse. Convencido de una
unidad esencial, de un orden primordial, que era el bien y la belleza, para
siempre perdidos, una nostalgia infinita e insaciable desborda el alma del
hombre romántico. Pretende por la poesía, la revelación, el reencuentro. Y en
su permanente fracaso, incapaz de renunciar a la única tarea digna (la del
arte), se abandona a ella como a una fatalidad. El romántico se pierde en su
poesía, vislumbrando las verdades que no ha podido alcanzar. Se consume en el
inacabable tormento de querer aprisionar en sus versos al misterio, de
nombrarlo desconocido, de revelar la belleza y el bien.
BAUDELAIRE Y EL ROMANTICISMO – Aunque ubicamos a Baudelaire como uno de los últimos románticos, las diferencias entre su poesía y la poesía romántica son mayores que sus semejanzas. Si toma de este movimiento muchos de sus temas más importantes (su concepción del poeta como un ser excepcional y solitario, el gran impulso dado al sueño y a las fuerzas irracionales, la valoración de lo subjetivo y de la emoción por encima de la mesura y la racionalidad, etc.), sin embargo, difiere del Romanticismo porque en su obra estos temas adquieren una condensación y una intensidad que los transforma, muchas veces radicalmente. Veamos algunas de estas diferencias:
a. “Mal del Siglo” y “Spleen” - Así el llamado “mal du siècle” que, a partir de Chateaubriand parecía la nota predominante del Romanticismo y que consiste en la soledad y melancolía profunda del poeta, en Baudelaire se transforma en tedio, hastío, “spleen”, es decir en un sentimiento más radical y que puede traducirse como “hastío” pero que incluye el asco de sí mismo y que se ha descrito incluso como una inmóvil e importante desesperación, sentimientos que exceden al Romanticismo. En efecto, mientras el poeta de ese movimiento puede encontrar casi siempre reposo en la naturaleza o en sí mismo, la poesía de Baudelaire, en cambio, nos muestra a alguien que para escapar de la trivialidad del mundo o del fracaso en su intento de alcanzar el ideal o la belleza pura, vuelve a sí mismo para hundirse en la perversidad que lo llevará a la destrucción y a la muerte. Este último aspecto no es propio del Romanticismo, pero sí de Rimbaud o Lautréamont.
b. La naturaleza - Del mismo modo sucede con la naturaleza, que en Baudelaire aparece cuando es pura y apacible, como inalcanzable región, más allá de las posibilidades del hombre, idealizada y convertida en el polo de una tensión ascendente. Pero lo que predomina en sus poemas es la naturaleza distorsionada, contaminada, deformada y artificial de la ciudad, el producto de la técnica y de la civilización que Baudelaire despreciaba (como muchas veces en Rimbaud). O también la presencia de la descomposición, la enfermedad y la muerte.
c. Concepción del poeta - También su concepción del poeta, de su misión y de la función de su poesía, aunque arrancan del Romanticismo, presentan divergencias extremas. En el Romanticismo, y en particular en Víctor Hugo, la misión de la poesía tiene un origen y un fin divinos. Es un don sagrado que revela lo que está oculto, lo oscuro, es decir lo misterioso e inexplicable. Lleva a la luz y a la salvación, conduce pueblos. En Baudelaire, aunque el poeta sigue siendo considerado como un ser excepcional que descubre y alumbra el camino a seguir (y en eso Baudelaire retoma el tema romántico), sin embargo, ahora es un ser sufriente, rebelde, que puede llegar a ser desafiante. Sus palabras son “sollozos ardientes” o “maldiciones” y van constituyendo el largo esfuerzo del hombre por alcanzar la eternidad. Pero ese esfuerzo es detenido inevitablemente por la muerte: “morir a orillas de vuestra eternidad”. La eternidad aparece como algo que está fuera del alcance de nosotros, aunque es, sin embargo, a lo que tendemos. En Víctor Hugo el poeta podía revelar la verdad y llegar a Dios; en Baudelaire no existe ninguna misión sagrada, ninguna seguridad, más bien el extravío, el dolor y la dignidad, que es el dolor asumido.
Es un movimiento típicamente francés, que se formó en el año 1866 con motivo de la publicación de tres antologías poéticas tituladas “El Parnaso contemporáneo”.
BAUDELAIRE Y EL ROMANTICISMO – Aunque ubicamos a Baudelaire como uno de los últimos románticos, las diferencias entre su poesía y la poesía romántica son mayores que sus semejanzas. Si toma de este movimiento muchos de sus temas más importantes (su concepción del poeta como un ser excepcional y solitario, el gran impulso dado al sueño y a las fuerzas irracionales, la valoración de lo subjetivo y de la emoción por encima de la mesura y la racionalidad, etc.), sin embargo, difiere del Romanticismo porque en su obra estos temas adquieren una condensación y una intensidad que los transforma, muchas veces radicalmente. Veamos algunas de estas diferencias:
a. “Mal del Siglo” y “Spleen” - Así el llamado “mal du siècle” que, a partir de Chateaubriand parecía la nota predominante del Romanticismo y que consiste en la soledad y melancolía profunda del poeta, en Baudelaire se transforma en tedio, hastío, “spleen”, es decir en un sentimiento más radical y que puede traducirse como “hastío” pero que incluye el asco de sí mismo y que se ha descrito incluso como una inmóvil e importante desesperación, sentimientos que exceden al Romanticismo. En efecto, mientras el poeta de ese movimiento puede encontrar casi siempre reposo en la naturaleza o en sí mismo, la poesía de Baudelaire, en cambio, nos muestra a alguien que para escapar de la trivialidad del mundo o del fracaso en su intento de alcanzar el ideal o la belleza pura, vuelve a sí mismo para hundirse en la perversidad que lo llevará a la destrucción y a la muerte. Este último aspecto no es propio del Romanticismo, pero sí de Rimbaud o Lautréamont.
b. La naturaleza - Del mismo modo sucede con la naturaleza, que en Baudelaire aparece cuando es pura y apacible, como inalcanzable región, más allá de las posibilidades del hombre, idealizada y convertida en el polo de una tensión ascendente. Pero lo que predomina en sus poemas es la naturaleza distorsionada, contaminada, deformada y artificial de la ciudad, el producto de la técnica y de la civilización que Baudelaire despreciaba (como muchas veces en Rimbaud). O también la presencia de la descomposición, la enfermedad y la muerte.
c. Concepción del poeta - También su concepción del poeta, de su misión y de la función de su poesía, aunque arrancan del Romanticismo, presentan divergencias extremas. En el Romanticismo, y en particular en Víctor Hugo, la misión de la poesía tiene un origen y un fin divinos. Es un don sagrado que revela lo que está oculto, lo oscuro, es decir lo misterioso e inexplicable. Lleva a la luz y a la salvación, conduce pueblos. En Baudelaire, aunque el poeta sigue siendo considerado como un ser excepcional que descubre y alumbra el camino a seguir (y en eso Baudelaire retoma el tema romántico), sin embargo, ahora es un ser sufriente, rebelde, que puede llegar a ser desafiante. Sus palabras son “sollozos ardientes” o “maldiciones” y van constituyendo el largo esfuerzo del hombre por alcanzar la eternidad. Pero ese esfuerzo es detenido inevitablemente por la muerte: “morir a orillas de vuestra eternidad”. La eternidad aparece como algo que está fuera del alcance de nosotros, aunque es, sin embargo, a lo que tendemos. En Víctor Hugo el poeta podía revelar la verdad y llegar a Dios; en Baudelaire no existe ninguna misión sagrada, ninguna seguridad, más bien el extravío, el dolor y la dignidad, que es el dolor asumido.
EL PARNASIANISMO
Es un movimiento típicamente francés, que se formó en el año 1866 con motivo de la publicación de tres antologías poéticas tituladas “El Parnaso contemporáneo”.
El
Parnasianismo surge como una antítesis del Romanticismo, y esta oposición tenía
como causa lo que los parnasianos consideraban sus “excesos”:
exceso de subjetivismo, hipertrofia del yo, exceso de sentimientos, formas “excesivas” y descuidadas. De allí que los parnasianos preconizaran una
poesía despersonalizada, alejada de los propios sentimientos, y que trate
asuntos de “prestigio”, esto es, temas que tuvieran que
ver con el arte, temas de por sí sugerentes, bellos, exóticos, con una marcada
preferencia por la Antigüedad clásica, especialmente la griega, y por el Lejano
Oriente.
En lo referente al estilo, los parnasianos recomendaban un especial cuidado por la forma. El poeta debía trabajar su materia como si fuera un orfebre. Si los románticos demostraron una clara tendencia por los sentimientos, los parnasianos demostraron una absorbente preocupación por la belleza. De ellos surge la consigna del “Arte por el Arte”, ausente de toda preocupación moral, política o filosófica.
Pero en cierta medida, ellos, que reaccionaron contra el Romanticismo, no dejaban de sufrir su influencia: el exotismo, el ansia de evasión, el pintoresquismo, el gusto por los tiempos pretéritos, fueron características románticas que también pasaron a integrar la estética parnasiana.
El principal exponente de esta escuela fue Teófilo Gautier.
En lo referente al estilo, los parnasianos recomendaban un especial cuidado por la forma. El poeta debía trabajar su materia como si fuera un orfebre. Si los románticos demostraron una clara tendencia por los sentimientos, los parnasianos demostraron una absorbente preocupación por la belleza. De ellos surge la consigna del “Arte por el Arte”, ausente de toda preocupación moral, política o filosófica.
Pero en cierta medida, ellos, que reaccionaron contra el Romanticismo, no dejaban de sufrir su influencia: el exotismo, el ansia de evasión, el pintoresquismo, el gusto por los tiempos pretéritos, fueron características románticas que también pasaron a integrar la estética parnasiana.
El principal exponente de esta escuela fue Teófilo Gautier.
EL SIMBOLISMO
También, como en el caso del Parnasianismo, este es un movimiento típico de la poesía francesa. Y también como en el caso del Parnasianismo, el Simbolismo surge como una reacción. Esta vez al propio Parnasianismo. Una reacción a sus formas cinceladas, a su pretendida pureza estilística, a su temática propia del “Arte por el Arte”, a su impersonalismo.
Paul Verlaine que puede ser considerado el poeta
clave de la escuela, definía en su “Arte Poético” los que llegarían a ser los elementos sustanciales de la poesía
simbolista: “El verso debe ser, antes que nada, música; una armonía de sonidos
que hace soñar. La rima debe atenuarse por significar música insuficiente y penosa
coacción; se la podrá reducir a las asonancias de las canciones populares, donde
es suficiente dar el ritmo. Los versos impares, que son una música nueva, son
más aptos que los otros para los temas nuevos; la arquitectura sólida del
poema, la elocuencia y el orden, románticos o parnasianos, resultan inútiles
para traducir lo impreciso, el matiz, las sugestiones, las leves sensaciones,
las inquietudes, los sueños. Con un plan incierto, palabras vagas, grupos de
sonidos inesperados y evocadores, se podría despertar la sensibilidad del lector
y trasfundir en ella parte de la sensibilidad del poeta”.
El núcleo más importante de la poesía simbolista francesa lo componen, aparte de Paul Verlaine, Stephan Mallarmé y Arthur Rimbaud.
El núcleo más importante de la poesía simbolista francesa lo componen, aparte de Paul Verlaine, Stephan Mallarmé y Arthur Rimbaud.
BAUDELAIRE Y LA POESÍA MODERNA
a) Concepto de modernidad en Baudelaire - Para caracterizar al hombre de su
época en lo que más lo distingue, Baudelaire, en un artículo de 1859, introduce un neologismo: la palabra “modernidad”. Baudelaire la concibe como “la facultad de ver en el desierto de la gran ciudad, no solo la decadencia del hombre sino también una belleza misteriosa y hasta entonces no descubierta”. Su obra, por lo tanto, se plantea el problema de la poesía en un mundo del que esta está excluida, en el que predomina lo útil y la fiebre del progreso.
La poesía de Baudelaire, y a partir de él toda la poesía moderna, surge de la singular posición del hombre en medio de la nueva civilización, de su sentimiento cada vez más profundo de soledad, de la sensación de inseguridad que se oculta tras la confianza en el progreso, de la creciente deshumanización de ese nuevo mundo con toda la artificialidad de sus ciudades, su asfalto, su culto por la velocidad, su alejamiento de la naturaleza y de los ciclos naturales, trastocados por la luz artificial, la vida nocturna, la eliminación del verdor, etc. Pero, al mismo tiempo, la ciudad ejerce una atracción misteriosa que fascina con su despliegue al hombre. Para el poeta surge entonces la posibilidad de convertir en obra de arte la causa misma de su angustia. Según Baudelaire, el poeta moderno debe “sacar lo eterno de lo transitorio”, y para él “lo moderno es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente, la mitad del arte” siendo la otra mitad “lo eterno, lo inmutable”. Por otra parte, la poesía tiene, para nuestro poeta, el “privilegio maravilloso de convertir lo feo, al expresarlo artísticamente, en belleza”. La poesía de Baudelaire surgirá entonces de esa doble experiencia del hombre frente a un mundo en plena transformación, donde la gran ciudad, no exenta de atractivos y que nos fascina, parece competir con la naturaleza que por otra parte subsiste e irradia en medio de ella provocando, por el contraste entre ambos, un nuevo tipo de belleza. En Baudelaire encontramos muchas veces la expresión de ese contraste. En él aparecen la iluminación a gas junto al cielo crepuscular; el viento, la brisa junto al estrépito de los ómnibus.
b) La poesía de la ciudad - Aparece en “Las Flores del Mal” otro tema que será también retomado por la poesía moderna: la ciudad con su misteriosa fascinación, pero también con sus miserias, sus criminales y sus borrachos. Baudelaire, además, no solo incorpora los productos más degradados de esa nueva sociedad, sino que afirma incluso que debemos buscar en ellos los nuevos “héroes de nuestro tiempo”. En un artículo de 1846 dice: “El espectáculo de los millares de existencias flotantes que circulan en los subterráneos de una gran ciudad -criminales y mantenidas- nos prueba que no tenemos más que abrir los ojos para conocer nuestro heroísmo”; y más adelante: “La vida parisiense es fecunda en temas poéticos”. Nuestro poeta ha descubierto aquí otra fuente de poesía: la existencia de los seres marginados. Y esa elección está determinada por su mismo rechazo, por su actitud desafiante y enfrentada a esa nueva civilización. Por eso nos presenta los subproductos del mundo civilizado, el reverso de la medalla. Nos muestra cuál ha sido el precio de la gran industria y de la enorme concentración humana, es decir a costa de qué miserias fue construida la gran ciudad.
Esos seres singulares son las víctimas de ese nuevo mundo, y Baudelaire los elige porque él también se siente su víctima. Pero, al mismo tiempo, reconoce la fascinación que produce la ciudad, hechizo que puede provenir hasta del horror. Y de nuevo aparece esa dualidad de la modernidad que tan bien ha observado y cuyos efectos han calado tan hondo en nuestro poeta. Hasta los seres que produce la ciudad participan de esa ambivalencia, son “decrépitos y encantadores”.
c) La presencia de la multitud - La multitud que está presente en su obra es siempre la de la metrópolis superpoblada y ofrece el aspecto de algo amorfo, impersonal e indiferente. La soledad del hombre en medio de la multitud y el carácter amenazante de esta, es mostrada por Baudelaire con una particularidad: en él el poeta se vuelve cómplice de la multitud, se interna en medio de ella y allí busca rescatar lo que esta tiene de embriagador, al mismo tiempo que sufre por su indiferencia y su aspecto amenazador. Más aún, muchas veces, a través de ella encuentra lo singular, lo poético, en ella busca sus temas porque ya no se trata de una realidad exterior y que le es ajena, sino de una de las condiciones de su vida, de algo que le es propio. Pero, al mismo tiempo, esa multitud lo tortura.
En medio de la multitud las necesidades del hombre persisten, pero las posibilidades de establecer un contacto humano duradero disminuyen. Es más, al aumentar los estímulos se multiplican los encuentros casuales, fugaces y por lo tanto la imposibilidad de un desenvolvimiento o una profundización de estos se vuelve más hiriente aún. La gran ciudad despliega ante nosotros sus vidrieras iluminadas, pero solo unos pocos pueden adquirir los objetos de lujo que se exhiben. Nunca como ahora el hombre tuvo contacto con una variedad y una riqueza tal de estímulos, pero, al mismo tiempo, nunca llegó a tal grado la sensación de insatisfacción y de frustración. Por otra parte, el desarrollo del confort parece ahondar aún más el aislamiento del hombre, al volver cada vez más inútiles determinados actos que antes nos ponían en contacto con los demás, al hacer que el hombre pueda satisfacer el máximo de necesidades por sí mismo y con la ayuda de las máquinas.
d) La huida - Otro aspecto de esa experiencia básica de espanto en Baudelaire, de su incapacidad para asimilar los estímulos que lo agobian, es su necesidad de huir que se vincula a su vez con su anhelo de belleza pura, con su búsqueda de un ideal aunque lo sepa inaccesible.
Para poder huir del tedio, del aburrimiento, de la negrura de la vida y del fuego que quema su cerebro, Baudelaire aspira a la muerte como liberación suprema, con la esperanza de encontrar en ella algo nuevo; es decir algo radicalmente nuevo, lo desconocido. Se invierte aquí la fórmula tradicional del temor a la muerte por el temor a lo desconocido, porque ese hundimiento en el abismo de la muerte no es un deseo de anulación, sino un camino más en la búsqueda.
e) La poesía como construcción consciente y como conjuro evocador – Para los románticos el poeta es un inspirado, alguien poseído por una fuerza misteriosa que lo sobrepasa y lo anima de una visión e intuición superiores, de modo que debe buscar una forma de expresión válida, es decir, bella. Baudelaire que tiene también esa veta, sin embargo manifiesta en varias oportunidades que la poesía debe ser el resultado de una voluntaria y consciente arquitectura, en un esfuerzo por racionalizar esa actividad, por convertirla en una tarea pura del intelecto.
Baudelaire consideraba que la facultad poética fundamental era la imaginación, la fantasía, el sueño. Pero el sueño deliberado, como actividad casi consciente, liberada del peso de lo real y controlada por el entendimiento. Lo irreal por lo tanto prevalece sobre lo real, lo construido artísticamente sobre lo natural.
“LAS FLORES DEL MAL”
Baudelaire solo publicó en vida dos libros verdaderamente acabados: “Las Flores del Mal” y “Los paraísos artificiales”. Todo lo demás fue publicado en folletos o periódicos y solo después de su muerte se hizo un intento serio, a la vez que sistemático, de ordenación y publicación de la obra completa.
La primera edición de “Las Flores del Mal” data de 1857. El oxímoron fue sugerido al poeta por un amigo suyo, Hyppolite Babou. En realidad, el título que Baudelaire había concebido para su obra era “Los limbos”[1], y aparentemente lo sustituyó por razones más comerciales que literarias.
Frontispicio de la primera edición anotada de la mano del autor. |
La publicación de “Las Flores del Mal” suscitó un verdadero escándalo. Poco tiempo después de su aparición, la justicia inculpó a Baudelaire y a su editor de atentado a la moral pública, y la edición fue requisada. El resultado del proceso judicial fue la supresión de seis composiciones y la condena del autor y el editor al pago de multas.
Charles Baudelaire, un artista absolutamente desconocido para el gran público, gozó su minuto de gloria, tan sensacional como efímero. El 25 de junio de 1857 aparece en las librerías de París la obra de Baudelaire, No es un libro excesivamente voluminoso para lo que era corriente en la época. Lo integraban cien poemas repartidos en cinco secciones, ocupando una extensión total de 248 páginas. Diez días después, un artículo virulento de Gustave Bourdin contra “Las Flores del Mal”, publicado en Le Figaro, diario gubernamental, pone sobre la pista del poeta a los guardianes de la moral pública. Inmediatamente, los tribunales ordenaron el secuestro del libro. Fue el 11 de julio de 1857.
En 1861 se conoce la segunda edición de la obra, en la que aparecen treinta y cinco nuevos poemas, y, lo que es más importante, se le da la estructura y el ordenamiento definitivo. Un rasgo esencial de la obra es el siguiente: esta es “un poema”, está concebida como una estructura, en la que cada composición vale por sí misma, pero además por su relación con el conjunto. Las composiciones que integran “Las Flores del Mal” no están una a continuación de la otra como tantos trozos líricos, dispersados por la inspiración y reagrupados en un conjunto sin otra razón que la de reunirlos. Más que poesías son una obra poética de la más fuerte unidad. Desde el punto de vista del arte y de la sensación estética, perderían mucho al no ser leídas en el orden en que el poeta las ha colocado. “Las Flores del Mal” es el primer libro de la historia en presentarse como una especie de novela, en reclamar del lector una lectura de conjunto, con un principio, un desarrollo y un final, y no la cómoda y azarosa lectura que propiciaban las antologías románticas, en los que cada poema era una unidad literaria desligada de las demás.
La obra está dividida en seis secciones. La primera, “Spleen e Ideal”, es la más extensa (más de la mitad de la obra), y expresa la condición real, la condición humana de Baudelaire. El poeta, a través del Amor y del Tedio, llega a la conciencia del mal. En la segunda sección, “Cuadros parisinos” (dieciocho poemas), el poeta contempla la ciudad y sus habitantes; deja de ser el hurgador de sí mismo para adoptar la actitud de un testigo de las calles de París, de los viejos, los ciegos, los borrachos; descubre en el exterior el reflejo del problema esencial de la condición humana: el mal. “El vino” (cinco poemas), tercera sección, es un intento de evasión de la realidad que no puede conducir sino al fracaso. “Las flores del mal”, cuarta sección de doce poemas que se constituyen en los mejores ejemplos del mal. La quinta sección es “Rebelión” (solo contiene tres poemas); después de haber optado por el mal, el poeta ha optado por el jefe del mal, por el Diablo y su gesto más definido: la blasfemia, la rebelión. El último capítulo es “La Muerte” (seis poemas): es la aspiración al reposo, al hundimiento en lo absolutamente desconocido, pero con la esperanza de encontrar alguna salida.
[1] LIMBO: en la mitología
cristiana es la región donde van las almas no bautizadas y que no merecen el Infierno.
Para Dante Alighieri, autor de la “Divina Comedia”, es un lugar
donde se está “suspendido”, sin
dolor ni felicidad, pero además es el lugar de los poetas no cristianos
(Homero, Virgilio). Para Baudelaire es un lugar propio de las almas
atormentadas y que se sienten exiliadas en la tierra y no tienen esperanzas de
alcanzar ningún cielo. Es el reino intermedio, entre el cielo y el infierno,
pero como antítesis del Purgatorio donde hay dolor, pero también esperanza. En
Baudelaire sería también el reino del tedio, del “spleen”, donde existe la noción
del tiempo, pero exacerbada hasta tal punto que se vuelve obsesión
paralizadora, inmovilizante, lo cual se vincula muy bien con la idea de Dante
de “almas suspendidas”.